martes, 3 de junio de 2008

Borges y yo

Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cual de los dos escribe esta página.

La partida -Kafka-

Hace poco inicié un nuevo viaje. Dejé económicas para anotarme en filosofía y letras.
Fuera del contador que nunca hubo en mí, ésa es mi meta.
Felizmente será un viaje en verdad tremendamente largo.
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Ordené que me trajeran mi caballo del establo.
El sirviente no me entendió.
Fui yo mismo al establo, ensillé mi caballo y monté en él.
Oí una trompeta que sonaba en la lejanía; pregunté a mi siervo qué significaba eso.
Él no sabía, y nada había oído.
Ante el portón me preguntó:
-¿Hacia dónde cabalgas?
-No sé -le respondí-; únicamente sé que quiero irme de aquí, solamente lejos de aquí; siempre irme de aquí; sólo así podré alcanzar mi meta.
-¿Conoces, entonces, tu meta? -preguntó.
-Sí -respondí-; ya lo he dicho: "lejos de aquí", ésa es mi meta.
-No llevas provisiones de comida -me dijo.
-No necesito -dije. El viaje es tan largo que necesariamente pasaré hambre si no me dan algo en el camino. Ninguna provisión de comida puede salvarme; felizmente es un viaje en verdad tremendamente largo.